El Prisionero de Zenda es una novela clásica, con sabor a película en blanco y negro, el sábado por la tarde, cuando solo había un canal de TV.
Los personajes son básicos, pero se agradece, el valiente, el malvado, la princesa, el enemigo descarado. Sabes lo que vas a esperar de cada uno, lo sabes pero lo disfrutas, con esa inocencia que ya no existe.
Son aventuras de la época victoriana, en las que te trasladas a un país inventado, en un mundo; que era un mapa donde viajar, pelear, cortejar princesas, tejer amistades eternas y enemigos irreconciliables. Te imaginas a Jack the ripper, acabando un capítulo antes de salir a darse un paseo por Whitechapel.
Mi protagonista preferido siempre fue Stewart Granger, ese fue, el que para mí, estos días volvió a beber, cabalgar, besar y luchar a espada.
Un recuerdo maravilloso de cuando la novelas solo buscaban hacer disfrutar. Una manera de volver a aquellos veranos que te permitías el lujo de aburrirte.